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Un pobre diablo con internet y un poco de tiempo libre.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

LOS COLEROS

Los coleros son personas que se encargan de hacer colas en las casas de cambio por una pequeña suma de dinero. En la casa realizan compras de dólares por montos minoristas para un mismo interesado, que tiene poca o nula capacidad para justificar el dinero con el que se hacen las transacciones o simplemente quiere evitar ser investigado por la Justicia. Utilizando el mismo sinónimo, yo creo que no cabe otro, atraigamos esta definición a nuestro pueblo.

Coleros: personas, en su mayoría desocupadas, que viven de trabajos esporádicos a los cuales no les alcanza el dinero para satisfacer las necesidades básicas de sus respectivas familias que hacen cola en el Banco de Corrientes por unos pocos pesos para que, a la mañana siguiente, las señoras, jubilados, campesinos a los cuales no les alcanza el dinero para satisfacer las necesidades básicas de sus respectivas familias compren su ubicación en la dicha cola.


Es bastante simple. Hacen cola desde las 23 del día anterior al cobro de algunos sueldos y se quedan a trasnochar para vender su posición por 5 o 10 pesos. El lunes pasado pude compartir algunos momentos con algunos.

Pedro tiene 33 años, la edad de Cristo dice él, desde las 23 está en la puerta del banco. Cuando yo llego al lugar son las 2 de la mañana y la cola es de más de 20 personas. Frazada en la vereda, un tetra de vino blanco escondidito y el zumbido de los mosquitos son su compañía. Él hace cola no para venderla, si no para una tía, pero conoce el pequeño negocio. “Acá te podés llevar 30 pesos si hacés pasar a unos cuantos, pasa que los demás –coleros- se enojan cuando uno hace pasar a varios”, comenta. En ese momento llega uno de los más conocidos, es el que más dinero saca por vender su lugar, eso no les gusta mucho a los demás que lo miran de reojo.

Algunos emplean diferentes tácticas como la de la “posta”. Esta consiste en hacer guardia en el lugar por algunas horas pare después ser relevado por otra persona que ocupará el lugar por varias horas más, y así sucesivamente hasta la mañana siguiente. Otros, un poco más solitarios, emplean la del vino con soda, compañía inseparable de los señores de barba larga y ojotas. Otros, simplemente, esperan mientras juegan con sus celulares o miran algún auto pasar.

La noche se avecina dura y larga. Faltan 6 horas para que el Banco de Corrientes abra sus puertas. Toda convivencia genera algunos conflictos. El principal problema es el de los baños. ¡Tanta gente hacinada y no hay un baño!, reitero: NINGÚN FUNCIONARIO SE PERCATÓ JAMÁS DE ESTE PROBLEMA, NO HAY UN BAÑO. Si no creen lo que escribo pregunten al dueño del local de veterinaria lindero a la sucursal del banco. “Si no querés que te vean tenés que ir a la terminal, eso hacen las mujeres”, me contó Pedro.

Los coleros estarían agradecidos de tener algún expendedor de agua caliente, se termina la del termo, se termina el mate. El banco no es un asentamiento, es verdad, pero no cuesta nada facilitar algunos servicios para los días de largas colas. La noche es tranquila, a medida que pasan las horas la gente va llegando para unirse a la cola, uno tras otro en fila india. De lejos parecen hormiguitas que pasan los cien metros.

El verano viene complicado. Siete horas de cola, bajo el sol, para cobrar una mísera jubilación. Calor, traspiración, dolor de piernas, várices que explotan. Para eso están los coleros, par evitar que un viejo sufra tanto innecesariamente. Por cinco pesos el colero se pasa la noche en lugar de la pobre viejita. Ella va al banco, habla con uno de ellos, pasa, paga y lo que le tendría que llevar casi medio día no llega a consumirle una hora de su vida. Monumento a los coleros porque no trabajan con maldad, no roban y por una módica suma brindan uno de los servicios más importantes a la sociedad empedradeña.

Funcionarios, no se hagan los ciegos, un baño químico, un poco de agua caliente. Me pregunto internamente, converso con mi otro yo, y llego a la siguiente conclusión: son tan estúpidos para desaprovechar todas estas oportunidades, que se presentan en docenas cada día, de "difundirse", ¿es tan complicado? No somos ganado. Si las aprovecharan mejor no tendrían que desvivirse cada dos años repartiendo mercaderías. No sé, mientras tanto llevaré algún termito con agua en el próximo pago.

Ahhh… me olvidaba, la Perla del Paraná no tiene cajero automático, pero espera “un aluvión de turistas”, pero ese es otro tema.

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