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Un pobre diablo con internet y un poco de tiempo libre.

lunes, 26 de octubre de 2009

Nadie escuchó la súplica

Ella pedía ayuda a gritos, lloraba en la escuela, mandaba mensajes de texto contando lo que le pasaba a sus amiguitos. Los familiares sabían todo, los vecinos también, nadie hizo nada. Hoy se lamentan y la señalan con el dedo. Emulan a Poncio Pilatos. Ella, no deja de ser una nena de 14 años a la que el destino le arrebató la inocencia.





La foto del diario época la retrata en el macabro escenario. Está ahí, recostada, mirando como la policía se llevaba a su padre. Solamente ella sabe lo que él hacía, lo odiaba, lo amaba, era su padre, lo seguirá siendo a pesar de la muerte. Si las paredes de la vivienda hablaran llegarían a los oídos frases que jamás quisiéramos escuchar.


La madre la dejó prematuramente, murió de cáncer hace un tiempo, todo quedó a la deriva, sin rumbo y ella se transformó en víctima, más que cualquiera. No es posible justificar una muerte, pero ella habrá tenido razones. “Tienen que prohibir que los jóvenes anden hasta tarde por las calles, la inseguridad no da para más, tiene que hacer algo, nos roban todos los días, hay que trabajar en la prevención”, se escuchan las voces en la radio.

Nadie quiso hacerse cargo de ella. “Si hizo lo que hizo, tiene que pagar, nosotros no nos vamos a hacer cargo”, dijo ayer uno de los familiares da la menor. Hace dos años asesinaban a una nena de once años, el caso sigue, casi, impune. Pero esto nada tiene que ver con lo que pasó este fin de semana. Tampoco tienen que ver los robos a los comercios. El drama fue familiar y se podía resolver antes del desenlace trágico que nos lleva a la reflexión.

Ella, de catorce años, buscaba como salir de ese claustro enfermizo de violencia, nadie la escuchó. Andaba por el mundo, no solo buscando quien la contenga, buscaba quien haga “justicia”. Juzgar lo bueno y lo malo le corresponde a los jueces, le corresponde a Dios. Encontró quien lo haga por ella y no dudó. Imaginemos esa mente gestando el crimen de su padre, el agobio que nadie vislumbró y del que todos opinan ahora, del que todos nos lavamos las manos.

¿Es culpable? ¿Nosotros lo somos? ¿Vamos a aceptar nuestra responsabilidad o seguimos inertes ante estas vidas destruidas? Lloraba por no tener para comer, “él se lo gastaba todo en la timba”, lloraba por estar sola. ¿Qué le dirá hoy su conciencia? ¿Alivio? ¿Dolor? ¿Angustia? Ella una nena de catorce años.


Marcha por el caso Romina

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